Imaginad que vivís en Picones, una aldea astur que la belleza de los Picos de Europa quiere enterrar en el mar. Y la mar le va diciendo: tranquilo, poco a poco, no puedo con tanta belleza así de golpe. En aquellos años 30 la lucha sólo era por llevar algo a casa, bien de las pomaradas, bien de la ería, donde se cultivaba el maíz para la borona. La rutina diaria suponía, mecer las pintas al atardecer. Bueno, también había que sacar algún fruto de la mar y a veces esta protestaba. Después llegaron los años de la maldita guerra y duele caminar con Puli y sus cuatro bártulos para buscar refugio en el pueblo vecino. El miedo calaba los huesos. Argentina nos hace vibrar de emociones con su relato, tan vivo, que vivimos con ella toda la sinrazón de la barbarie: «Cuando juzgaron a Chimi, que años después fue mi marido, le acusaron de matar a Mento el de Nueva, que estaba vivo y coleando. “Después de la batalla, como niños que éramos, andábamos a su alrededor como perros hambrientos para ver si se nos caía algo, pues ya no teníamos prácticamente comida para llevar a la boca». Duele Asturias. Le duele a Argentina y le duele a Puli. «Este país nuestro estuvo siempre condenado a tener que salir por el mundo en busca de pan y horizontes».